(de Concepto)
El otro día estaba oyendo a un orador, especialista en lo suyo, disertar sobre lo mal que se está empleando lo de la “violencia de género”, cuando debería ser, según su versada opinión, “violencia de sexo”… y decía, no sin razón, y como ejemplo, que una mesa tiene género (femenino) pero no sexo, y que, al legislar, se estaba condenando a toda violencia que derivara de un “él” o de un “uno”, pero no aplicando la misma ley cuando venía de un “la”, de un “ella” o “una”, de forma que cuando una mujer apiolaba a una hija, un marido, o a su pareja del mismo sexo, no se le aplicaba la condena de “violencia de género” a que se hubiera condenado de haber sido un hombre el autor del delito. Y la verdad es que lleva más razón que un santo… Lo que ocurre es que el feminismo mal entendido, que es el que en realidad se aplica y se consume en la norma de pensamiento único impuesta, es la que manda. (Por cierto, fíjense que “feminismo” lleva artículo masculino – él – y no el femenino, curiosamente).
Pero no quiero apartarme de la cuestión sobre la que yo quería tratar en este artículo de hoy… Y es que, en un momento de su exposición, llegó a hablar sobre “la humanidad del ser humano”, y esa cacofonía me llamó la atención, si bien ponía sobre el tapete una reflexión digna de tener muy en cuenta: la propia definición de “ser humano” es una especie de verdad de Perogrullo. Fíjense bien fijado que “humano” viene del latón “homo”, hombre, y no como sexo, si no como género: el género humano…
Y sin pensarlo, e incluso a veces también sin quererlo, el mero hecho de pronunciar esas dos palabricas: “ser humano”, en realidad estamos estableciendo dos acepciones distintas, y no una sola. La de “ser” y la de “humano”. Porque existen muchos seres en la fauna animal, más que muchos, muchísimos, pero no son humanos. Solo en uno de ellos, en el hombre, de “homo” como género y no como sexo, se dá la característica humana. La de humanidad.
SIn embargo, el conferenciante, en ese aparente desliz, que quizá no lo fuera, trató de poner énfasis en “la humanidad del género humano”, como si no fuera lo mismo alcaciles que alcachofas… Y este detalle, no solo está trascendiendo los sexos, varón/hembra, si no que está poniendo el acento en su concepto exclusivamente humano, a lo mejor hasta sin proponerselo conscientemente. El subconsciente, algo, por cierto, exclusivamente humano también, suele jugar estas pasadas, es posible que para llamarnos la atención (de subconsciente a consciente) sobre nuestra propia esencia humana.
Y es que… se nos pasa muy a menudo por alto algo que es de suma importancia: que el ser humano es una excepción en la creación, o en la evolución, o en como quiera llamar a esto. De hecho, el ser humano fue una “fabricación” exclusiva hecha sobre la marcha. Una especie de implante en el tejido animal y normal de la naturaleza. Quizá un experimento; una estudiada iniciativa para incorporar algo inexistente en esa creación; un algo así como “vamos a hacerlos a semejanza de nos, a ver qué ocurre en este caso con esta cosa”…
La tradición más antígua así mismo lo testifica. Viene del mismo Génesis en nuestra cultura cristianoccidental, pero también en la de otras civilizaciones… Resulta que Dios, o mejor, los Dioses, pues “Elohim” en hebreo antíguo es plural, osea, “dioses”, eligieron a una de las vidas animales que “se arrastraban” (así mismo lo dice) por el barro de la tierra (“de barro fue hecho”), aquél más evolucionado que ellos creyeron a sus propósitos, lo durmieron en un sueño profundo… y ¡zas!, le transplantaron el factor “humanidad”. Existen fuentes antiquísimas que, incluso llegan a afirmar, que el primer intento les resultó falluto, que el ser resultante les salió un tanto agilipollado, que ni siquiera podía ponerse en pié; luego, que, en una segunda intervención, ya entonaba; y que en una última coronaron el plan con la separación de sexos, y hacer un varón y una hembra (hombre y mujer) de un caracol andante y pensante.
Cada cual, y cada cuala, a estas alturas pueden también pensar lo que quieran, pero dados los resultados y sus consecuencias, a mí me parece que los humanos les salimos destrozones, cuando no un tanto cabrones… Yo quiero creer que la humanidad (pensante y obrante por el dispositivo del “libre albedrío” incorporado para que funcionara la ley de causa y efecto), fue con el objetivo de que colaborara – con plena consciencia – en la faena de la creación y desarrollo del Big-Bang aquél del que 400.000 millones de años después vino a hablar Stephen Hawking, pero que nos está costando Dios y ayuda el gobernarnos a nosotros mismos por nosotros mismos.
Por eso, que lo de “ser”, somos, pero lo de “humanos”, vamos lentamente, poco a poco, y no todo el mundo acaba siéndolo en plenitud ni al mismo tiempo, y de ahí la dicotomía que me atrevo a exponer aquí a todos ustedes que me leen aunque no me entiendan… Les pongo un solo ejemplo del que hay millones a diferentes escalas y niveles: ¿es el hijoputin de Putin humano?.. Pues de esa clase de humanos está el planeta “petao”, y suelen ser los que nos gobiernan a los demás. Y ese es el motivo de que el inconsciente de las personas, más o menos humanas, nos advierta de que somos parte de un “género humano” aún en puñetera evolución en cuanto a la integración en el “ser” de lo “humano”.
Dios, o los dioses, nos hicieron humanos, no perfectos. Ese trajín nos lo dejaron a nosotros… Otra cosa es que acertaran o no.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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