(de El Español)
La prueba del algodón de que existe a un ritmo alarmantemente creciente la gentificación de las personas la tenemos en el fenómeno de las manifestaciones, mírenlo bien: cuando algunos álguienes comienzan a gritar un eslógan (normalmente son pareados para mejor recordados) automáticamente se unen unas docenas de voces que, al poco, se convierten en centenas, y que enseguida saltan a millares… Es algo imitativo e insconsciente, y masificante. Luego dura más o menos, hasta que otra consigna oral, o parida verbal, nazca de nuevo en algún lugar del rebaño, y empiece a expandirse como en una onda, una marea, hasta que la ola muere en la orilla a la espera de otra nueva.
Pueden ser espontáneas o programadas, pero la sensación de respuesta gentificada es patente. La gente se une a las proclamas como una tribu, como un clan, no como seres únicos y pensantes. Es mimetismo puro en acción, el efecto fermentario de la masa… el contagio que se hace carne y habita entre nosotros. ¿Cuántos piensan sensatamente aquello que están gritando?. Un jóven llegó a confesarme en una ocasión que “era tal el subidón de adrenalina que ni sabía lo que estaba berreando”. Y ese es, precisamente, el efecto buscado: la anulación de los unos para convertirlos en un todo… Un todo normalmente manejado y dirigido con un fin determinado.
Observen las últimas y más recientes “manifas”. Una maestra gurú en estas manipulaciones es la pop-populista Díaz Ayuso… Deja caer la intención de lo que quiere que se coree casi al final de una frase; impone unos estudiados segundos de silencio en plena tensión; mide el tono y el volúmen, y, en esa pausa, aparece el fragoroso estruendo de “Pedro Sánchez a prisión”… Es el resultado del mensaje rabioso, airado y casi vengativo, de un ciudadanaje reunido allí a un efecto (siempre hay una convocatoria definida, aparcida y esparcida), a la que se ha puesto en la garganta, sutilmente, la barbaridad que han de soltar… Así es como funcionan estas cosas, a poco que se fijen.
Toda sociedad tribal actúa a través de un brujo y alrededor de un tótem… Los brujos suelen ser los políticos, ataviados con todo el chatarraje de sus cargos y las alegorías de sus ideologías; y los tótems son los partidos y sus siglas, a los que hay que rendirles reverencia; defenderlos de los tótems enemigos; y pagarles el tributo de urnaje… A veces se hace necesario acudir al altar de los sacrificios a inmolar alguna víctima, sea ésta propiciatoria o no. Y entonces se sacan a relucir todas las amenazas, los castigos, las desgracias y calamidades que caerán sobre el “pueblo elegido”, si no procedemos al ritual sacrificatorio. Hemos de tener contentos a los dioses, a “nuestros” dioses.
Por supuesto, antes de la convocatoria hay que proceder a la prédica, a predisponer al clan y vaciarle el cerebro, normalmente relleno de paja, para ser ocupado por aquello que más conviene a los caciques (por eso el disponer de sujetos previamente descerebrados, y no a seres cerebrados). Noten el símil con la actual sociedad del pan y circo… Una vez reunidos, el hacerle repetir las “ocurrencias” navajeras como un mantra, o como un loro de Borneo, es cosa fácil.
La antítesis de este modelo nos la brindó Josep Borrell un ocho de octubre del 2017 en Barcelona, con motivo de una manifestación constitucionalista que se contraprogramó en oposición a las manifestaciones anticonstitucionalistas, que entonces proliferaban como un virus en aquella triste y patética sociedad catalana, encadenada a tamañas ferias – como hoy en el resto de España – y en las que es fácil perder la identidad personal y fusionarla con la con-fusión.
A diferencia de los actuales y burdos taumaturgos, Borrell escuchó sereno, negó con el dedo y la cabeza, y dijo, repitiéndolo tranquilamente, hasta que la masa se calmó: “No chilléis como las turbas del circo romano. A prisión solo se va cuando lo dicta un juez”… Más adelante en su oratoria, cuando volvió a notar que otros caldeaban a las personas para convertirlas en gente (a veces lo hacen en gentuza), volvió a repetir, hasta media docena de veces: “Os pido, por favor, que extrememos el respeto”…
…El respeto. Lo que hoy veo y escucho es todo lo opuesto: un ruído vacío de contenido, pero llenado de odio, de animalidad contra los otros, en vez de racionalidad; insultos y escupitajos, y una pésima educación basada en una muy deficiente cultura. Los oradores de ahora piden sangre, prisión, paredón, desaparición, pura y dura venganza, y un odio violento y gratuíto. Se exigen golpes de estado y se clama contra la cordura… No fluye el respeto que pedía Borrell, mucho menos la educación. Yo, al menos, no lo veo, ¿lo vé usted?.. Yo solo veo un paroxismo de gente voceando disparates e ignorancias con una rabia que da miedo: lo del ruído vacío.
Perdónenme quiénes se puedan sentir aludidos, pero como decía Jordi Amat en su escelente artículo: “Así no se refuerza nuestra institucionalidad. Se resquebraja”. Salimos en tromba y sin seso a defender algo que, en realidad, estamos atacando: las normas del juego democrático, y eso no se hace implorando babeantesde rabia una dictadura… El argumento de que un partido fuera más votado que otro no es óbice para quebrar la regla de los pactos que nos hemos dado por ley y en consenso, y a la que hemos involucrado a la propia monarquía. El Rey le encargó al más votado que formase gobierno antes que al menos votado. No lo consiguieron, y ahora quieren romper la baraja y jugar una nueva partida.
Lo haga la facción política que lo haga supone una deslealtad a la Democracia, independiente del trilerismo de la competencia. Y el montar un golpe de estado con la participación ciudadana de ariete es una forma cobarde de no tener que librar su batalla en la oposición que las urnas les han concedido… Pero no me extraña nada esos métodos en nuestra clase política, bajuna y plagada de marrulleros. En absoluto. Al fín y al cabo son nuestro propio reflejo, no al revés…
Pero mi temor sí que está en unos ciudadanos cada vez menos ciudadanos y cada vez más tropa. En gente que no se echa a la calle pensando por sí misma como personas que son (o deberían ser) y no como un colectivo ciego, disparado y disparatado… Un país así se puede buscar cualquier cosa, y nada bueno por cierto. Y lo peor es que hasta puede merecerlo.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
Comments