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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

EL PAR DE EMES, CON PERDÓN.



Existen palabras tabúes, que no se nombran – dicen que es por educación – pero es porque refieren a conceptos malditos. En realidad es el concepto lo que repele, o asusta, no la palabra, pero, claro, se castiga al vocablo portador por su significado… Es un claro caso de “matar al mensajero”. Esto es: se estigmatiza al sujeto, y es como si hiciéramos desaparecer lo que nos desagrada. En mayor o menor grado, existen personas que se niegan a leer, o participar en conversaciones, en que se utilicen esos significados tabúes, arrojándolos a un cajón genérico anatemizante: “es que son de mal gusto”, se comenta y se zanja la cuestión. Una buena excusa.


Ocurre cuando nombramos, por ejemplo, “la eme”, así, entrecomillada… La Eme tiene dos acepciones malditas, si bien que una más extendida que la otra: mierda y muerte. La primera, de naturaleza escatológica, es la más usual, debido a la cada vez mayor necesidad de su expresión, por un lado, y para romper la educación represiva heredada en cuanto a guardar las formas, por otro… A mí, personalmente, me espantan más los fondos que las formas, ya que las segundas ocultan a los primeros, que son los verdaderamente importantes y de cuidado. Tal es así, que unas maneras exquisitas y supereducadas pueden (y muchas veces lo hacen) ocultar a temibles y terribles personajes. Hitler era muy educado y puntilloso. Putin también lo es.


Yo los prefiero un poco más sueltos, frescos y desinhibidos, que muestren la piel de sus intenciones, al menos… Y que digan mierda cuando se tenga que decir “joer, qué asco”, creo que ustedes me entienden, y no la inicial que esconde la idea, aunque bien que se adivine. Eso es como un pelín hipócrita. Son letras que secuestran palabras. Y no es que sean malsonantes, eso es mentira, es que son malpensantes, eso es verdad. Lo feo está en lo que pensamos, no en cómo lo decimos, o en qué o cómo lo oímos… Lo dijo el propio Cristo en su Evangelio: “el mal no está en lo que entra en vosotros, si no en lo que sale de vosotros”. Es nuestra alquimia interior lo que lo convierte en impuro. Nadie puede escandalizar a nadie, es uno solo el que se escandaliza a sí mismo.


Pero es que la “eme” de mierda es inocua. Indica suciedad, mugre, deshecho, detritus, como las heces de los cuerpos y la ganga del metal; escombro orgánico puro y duro, al fin y al cabo. Tampoco debería ser motivo alguno de escándalo, digo yo… La producimos nosotros, es materia propia, y está perfectamente definida en cualquier diccionario que se precie. Si el que la suelta le aplica un significado ampliado, por asociado, a otros campos, como el de la moralidad de las personas, o la indignidad de la sociedad, o la degradación de cualquier otro valor, a un suponer, no deberíamos anatemizar cínicamente a quién la pronuncia, si no avergonzarnos todos y reconocer los motivos del porqué, en estos tiempos que corren, se invoque tanto en todo tiempo y lugar… Algunas causas habrán, digo yo. Si la “eme” ha tomado carta de naturaleza entre nosotros, será por alguna razón o motivo.


La otra acepción, la de la muerte, se observa sobre todo en unidades familiares hiperprotectoras para con sus pequeños hijos, donde la Parca no se nombra para nada, si acaso otra tímida e inhibida eme; o como el anglosajón “they pass away”, en vez del rotundo “que s´ha muerto, leches”… Existe en ciertos papaeducantes la tendencia bienintencionada de ocultar el hecho de la muerte a sus tiernos vástagos a fin de evitarles “sufrimientos”, sin darse cuenta que también los privan de “sentimientos”. Y no se paran a pensar que sus hijos están “matando” a cientos de “malos” diarios disparándoles con el botón de su videoconsola; o de que ven películas – o incluso animados dibujos – en que la violencia y el quitarse a los “animados” de en medio es el pan nuestro de cada día; o lo que es peor, mucho peor, que vivimos entre guerras reales de seres humanos que matan a otros seres humanos con lo que se nos machaca a diario. Tienen que ser muy poco espabilados como para no darse cuenta.


Y, al fin y al cabo, enseñar que la muerte forma parte de la vida, debería ser una prioridad en la educación de los críos… Primero: (y esto es muy triste y debería avergonzarnos), porque la estamos ofreciendo de la peor manera posible en una sociedad de violadores, abusones, peleas, violencia, pandilleo, asesinos y guerras, en la que la muerte indiscriminada suele ser el resultado de una pésima formación desprovista de educación y de valores… Y segundo: porque incluso las muertes naturales, por enfermedad o accidentales, son el resultado del proceso natural que es vivir. Y aprender a vivir incluye el aprender a morir, o, al menos, aceptarlo…


Sin embargo, en esta parte también fallamos… No solo ningún plan ni sistema educativo lo contempla, si no que también familiarmente se oculta y se evita… Es la otra “eme” condenada a la no existencia: la de la muerte. Traspasamos a las generaciones que damos a luz la misma negación, oscuridad y desinformación que recibimos nosotros en su día. Pura opacidad. Al menos, a los de mi cuartel nos lo explicaron a través de la religión de aquella manera, pero a los actuales, luego a luego, ni eso… porque carecen de sustitutos que les haga el trabajo, y su responsabilidad al respecto les queda corta, y temerosa. Les tira el canesú, ya me entienden… Pero, sin embargo, el tomar conciencia de que la muerte, como la mierda, nos puede alcanzar en cualquier momento, nos reordena las prioridades. Deberíamos aprender aquello que no se nos enseña.


MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com

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