(de Saludesfera)
Me visita últimamente un dolor potente e insistente, recurrente y reincidente, y en un lugar impertinente… Cuando algo duele sin saber la causa ni de dónde proviene, y juega al escondite contigo y con los que buscan un origen, un motivo que no terminan de encontrar, ese dolor se convierte en un tirano que condiciona tu vida a través de la cobardía. No sabes cuándo te va a atacar fuerte, pero lo sientes presente y latente, agazapado día y noche. Ahí, acechándote para amargarte la existencia.
En mis idas y venidas en busca de alivio, me encuentro un amigo conocedor de la naturaleza humana y natural, aunque parezca un contrasentido, al que, desde estas líneas, le agradezco su molestia e interés por mí y a su diagnosis, siempre detrás de las recetas médicas. Son apuntes nada despreciables por extraños que puedan parecernos, y que solemos juzgar a la ligera porque pertenecen a la sabiduría, ancestral y perdida de la naturaleza, que ya no podemos reconocer como válida. Pero que, cuando la otra nos falla, o nos tarda, o se nos queda corta de mangas, la estrictamente material, volvemos esperanzados la vista, aunque ya no sepamos reconocerla.
“Al dolor no puedes enfrentarte por las bravas, porque siempre saldrás perdiendo”, me prepara como aperitivo. Es cierto, pues hasta los calmantes habituales acaban rindiéndose al mismo a la larga, y no al revés, como en apariencia sucede al principio… Y prosigue: “tienes que hacerte amigo del dolor”; “tienes que aprender a negociar con él si ya no te quedan armas”. Y me imagino que es el abusón del patio del colegio al que he de ofrecerle parte de mis cromos, de mis “rompes” y medio bocata del almuerzo, para que me deje en paz. Pero, ¿cómo se negocia eso?.. le pregunto. “Eso es cosa tuya, pues solo tú conoces a tu dolor”, me responde. Pues apañado voy, pienso para mí mismo…
Y me veo hablándole quedo, en tono lo más amable que puedo, dadas las circunstancias: a ver, dolor mío y de mi alma, yo sé que tú te has encariñado conmigo por algún motivo desconocido, y que no estás dispuesto a hacer concesiones, pero te quedaría muy agradecido si te avinieras a pactar una tregua, un acuerdo, un algo… Pero, nada, no me contesta. O es sordo, casi como yo, o es que no hablo su idioma. Se me queda mirando como una lechuza hambrienta sin gesto alguno, impasible, impertérrita. En medio de mi jodido dolor, que es su presencia activa, se me ocurre proponerle algo: mira, si te parece, vamos a llegar a un acuerdo de soportarte a cómodos plazos. Tú me amplías las dosis de tormento pero en intensidad más baja, más asequibles. Tú te cobras lo tuyo y a mí me das más descanso para que pueda reponerme de un apretón a otro.
El dolor se me queda mirando con su mirada gláuca, y, por fín, me suelta seco, como en un susurro: “ya, tú lo que quieres es un dolor-hipoteca”, para seguir martirizándome con una sonrisa sardónica: “mira, es que el Tae ha subido mucho, y no vas a poder pagar los intereses, tío”… Mala cosa. En medio de la madrugada se despide, “hasta mañana”. Ya es mañana, le respondo. “Pues por eso mismo”, termina contestándome el tío borde.
Ante tal tesitura, me pongo a meditar en busca de otra solución posible… ¿Y si me buscara algún intermediario?, ¿alguna especie de mediador superior, ya que yo, a la vista está, no doy la talla?.. No sé, algún santo o santa, alguien que interceda por mí, mi primo el de Zumosol… ¡yastá!: los ángeles siempre se me han mostrado cercanos y propicios, y asequibles. A lo mejor ellos podrían echarme una mano y dejar al dolor como una mona. Así que acudo a ellos, y les largo el muerto,,. a ver sí, como energías inteligentes que son, pueden entenderse con la maligna energía del dolor, y me solucionan la papeleta.
Pienso también si eso del negociado con el dolor es aplicarme el sabio y ancestral ungüento del ajo y el agua (a joderse y aguantarse) que es una manera de ningunearlo y no hacerle ni puto caso. Sabido es que si te centras en otras cosas y distraes tu atención, tu dolor te duele menos – valga la dolorosa redundancia – ya que le prestas menos interés. Pero para eso he de tener espíritu de mártir y alma de cántaro, y me temo que son dos asignaturas suspensas que cargo encima de mi chepa… “mala cama tiene el perro”, me digo a mí mismo, igual que decía mi abuela…
Así que me decido a presentar todo esto por escrito, en negro sobre blanco, y sacarlo a espacio público, en busca de que actúe en forma de catársis. Pueden suceder un par de cosas, o una, o a lo peor ninguna: que mi amigo el de los consejos me lea, sepa que he intentado seguirlos y hacer los deberes, y que, de todos modos, se lo agradezco en lo que sé que vale. A lo mejor puede redondearme en algo más. O ya digo, que esta confesión actúe como redención a mis pecados de obra u omisión y se acabe esta función… Ya saben, algo así como un conjuro a la gallega, una liberación emocional, algún algo que me alivie en mi calvario. Nada pierdo con intentarlo pues.
Hasta puede ser que algún alma caritativa, algún publicano que ande mi camino, pues haberlos háylos como las bruixas, se apiade y rece por mí, que eso siempre ayudará algo; o a lo mejor conoce algún remedio, viejo o nuevo, de la abuela o de la ciencia, que en el fondo suelen ser lo mismo… El caso es chinchar al puñetero dolor éste. Muchas gracias a todos y todas, de todos modos y modas…
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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