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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

EL CALICHE



El mundo en estos tiempos se sitúa sobre una especie de trípode: el del Sars-Cóvid, que no se sabe por dónde va a tirar, si bajar un par de escalones para situarse a nivel de una gripe común, o si es que se está preparando para una nueva escalada; el del cambio climático, que lo tenemos aparcado, y el día menos pensado va a empezar a darnos un susto tras otro; y una guerra a las puertas de Europa, por el empecinamiento de un Putin marrullero y Biden puñetero, que fue capaz de abandonar a Afganistán en manos de los talibanes, pero, por otro lado, se planta ante este loco de todas las Rusias y le dice que no le pasa una… aunque bien sé que todas estas posturas pertenecen al juego de las estrategias. Lo malo será cuando deje de ser estrategia…

No sé si los más jóvenes conocerán el juego del Caliche. Yo era muy espectador de niño, y un practicante de zagalón… El Caliche es un palo cilíndrico, de unos diez centímetros, que se plantaba en el suelo sobre un enérgico escupitajo que embarraba el suelo como adherente. A unos 20 pasos aproximadamente, se trazaba la línea de juego. Existían unas piezas de hierro, redondas, que se distribuían entre los dos equipos, a los que llamaban “moneos”. Las más pequeñas, eran las de “arrime”, o “atruque” y las más grandes y aplanadas, las de “arrastre”…

Los primeros, se tiraban en parábola desde la línea, a fin de situarse lo más cerca del caliche, sobre el que se ponían las pesetas, o mejor las “perras gordas” del envite. Era como coger posiciones. Los segundos, los de arrastre, al contrario que sus hermanos, se lanzaban a ras del suelo y con fuerza, pues su intención era derribar el caliche por su base… Cuando volcaba, las monedas se repartían en virtud a la cercanía a los moneos de arrime. Cada equipo recolectaba sus ganancias, y volvía a empezar una nueva partida con los mismos, u otros, participantes en liza, utilizando las mismas reglas de juego…

A mí, todos estos rifirrafes entre las grandes potencias, que encima juegan en tableros ajenos, me recuerdan mucho al Juego del Caliche, ese que tanto conocen los abuelos del lugar… Primero, se posicionan con el moneo del arrime, defendiendo sus intereses y arrimándose a su querencia, claro, para, luego, si es necesario tener que arrearle al caliche, estar lo más cerca posible para recoger sus ganancias, según su postura previa, naturalmente…

Por eso, analizando el enfrentamiento de Putin con Biden, me ha venío el jodío Caliche a la memoria… En estos momentos se están posicionando (están tirando los moneos del arrime) a ver dónde están cada uno de ellos, por si luego hubiera que tirar a arrastrar, entonces ya veremos lo que cae del lado de cada cual… Lo que pasa con esto es que están jugando en el patio de Europa, y si alguien resulta descalabrado en el juego será algún vecino de por aquí… La Otan, al fín y al cabo, es un peón del tablero, uno de los moneos que aportamos “los buenos” contra “los malos”, como en las películas.

Lo que me sigue llamando la atención – lo he dicho antes – es que el mismo Biden, que aquí está respondiendo al gorila de Putin como otro gorila más, en Afganistán abandonó caliche, moneos y moneas, dando la espalda y saliendo de estampía cobardemente… Salvo que (y esto es lo que creo) aquí se estén jugando intereses crematísticos acojonantes, y allí, en lo de Afganistán, tan solo se jugaban los derechos humanos de las personas… Por supuesto, no es lo mismo. En realidad, lo de los Derechos Humanos se utiliza como bonita excusa para conseguir un interés económico, pues queda muy bien, y muy digno; pero cuando ese interés no existe, o desaparece, lo de los derechos no valen nada por sí mismos, y se abandonan. A la vista está…

O sea, primero hay que ver los reales que se ponen sobre el caliche, si merece la pena montar el espectáculo para media docena de mirones, o no; y, luego, después, ya decidimos si sacamos los moneos de la bolsa y montamos el tinglao, que eso entretiene mucho…

Antes no era así: se hacía por el prurito de ganar, aunque fuera una perra chica, al rival, y por el placer de jugar… y ahora se hace por el puñetero interés egoísta de dejar plantado el caliche allí donde se contiende, porque lo que menos vale son las vidas humanas en juego. Ese es su caliche y nuestra desgracia.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com

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