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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

EL APOCALECHES



Hoy oyes al cura en misa, o lees por algún sitio, o escuchas la palabra Apocalipsis, y sin mediar apenas tu voluntad consciente, como una respuesta casi automática, tu cerebro te remite, en mayor o menor medida, a la situación actual en la que nos mantiene la pandemia de Cóvid-19… Es tal la sensación de desconcierto, de temor y dudas, de derrumbe a nuestro alrededor y de falta de respuestas concretas y fiables. Nos movemos en un caos social, sanitario y económico, donde las incertidumbres son más y mayores que las esperanzas, y donde la calma es como una vieja capa de estuco que ya no es capaz de disimular las grietas de su superficie. Miramos a las autoridades y las vemos desorientadas por una pérdida del control que los desnuda ante una opinión pública que ya no sabe en qué o en quiénes confiar…


¿Es así, tal y como lo veo yo, o no es así?.. ¿He exagerado la nota, o me he ajustado a los signos?. Esto debe de ser un análisis social, no el de un “Parsifal” (como yo)… Pero, sea como fuere, el que relacionemos, aun inconscientemente, la referencia del Apocalipsis al coronavirismo actual, es un hecho. No podemos remediar el pensar en la posibilidad de que el mundo deba su fin, no a siete majestuosos actos de afinados trompetistas y a un cuarteto de temibles jinetes dando tralla y metralla, si no a un penoso, jodido y minúsculo bicho de mierda que tiene acojonada a la humanidad entera, incluida su preclara ciencia a la que se le acaba la paciencia.


Y digo sin paciencia, porque la ciencia trabaja despacio, ya que la prudencia necesita tiempo, pero el mundo actual, vencido a la economía y a la política (no al pensamiento ni a la investigación) la presiona para que saque una vacuna a marchas forzadas, in extremis, antes de que todo el sistema montado sobre tales poderes se les venga abajo, pues demostrado está quedando que no existen respuestas claras para esta amenaza. Toda una forma de vida está cuestionada. Es un cambio de paradigma total el que hay que afrontar: de trabajo, de economía, de educación, de ocio, de consumo, de valores, de todo, si es que de verdad queremos recuperar nuestra tranquilidad y nuestra confianza. Habremos de poner nuestra fe en otras cosas y otras maneras, en otras formas y otras fórmulas, puesto que en éstas que tenemos ya no hay respuestas.


Es que, resulta muy curioso, papá oso, pero a la sociedad creyente se nos ha mentalizado de que el Apocalipsis es sinónimo de destrucción, de desastre, de asolamiento, de fin del mundo… cuando, en realidad, “apocalipsis” es una palabra griega que significa “Revelación”… ¡Manda güevos!. Y, semánticamente, al menos que yo sepa, revelación no es sinónimo de destrucción. Lo que San Juan quiso transmitir en su Libro de la Revelación habrá que averiguarse bajo otros parámetros menos “apocalípticos”, y más “simbolísticos” quizá. Pero pasa que la Iglesia manipuló – como tantas otras cosas – el significado de la palabra para adaptarlo a su doctrina del acojonamiento final, Carrascal…


Que yo más bien creo (y a mí no me crean porque yo soy un descreído) que Apocalipsis (revelación) no anuncia un fin, si no un cambio. Incluso el sello “fin del mundo” es una usurpación fatalista del más realista “fin de los tiempos”, o fin de unos tiempos para dar comienzo otros nuevos tiempos… O lo que les decía en párrafos anteriores, un cambio de paradigma, de ver, de valorar y entender las cosas según los casos. Y de saber obrar en consecuencia. Lo que ocurre es que esos cambios no ocurren así, a toque de trompeta – apocalíptica – si no con un proceso de crisis previa, de sufrimiento, de parto, poco a poco, lentamente… Los cambios de pensamiento, de valores y valeres, son lentos, como lenta es la propia evolución.


Pero si, al final, lo destruimos todo, no se lo achaquen a ningún maqueado Apocalipsis, ni a ningún San Juan, ni siquiera a Dios. Nosotros somos los únicos destructores de nuestro mundo, nosotros solicos los responsables, con el modo que hemos elegido de vivir y de morir, como animales hedonistas y depredadores. La naturaleza, tan solo que reacciona, se defiende, intenta sobrevivir, como todo el mundo… El coronavirus, consecuencia del cambio climático, consecuencia de nuestra manera de pensar y obrar, es tan solo que un aviso más, una señal más, una revelación más, de un sentido lógico y escatológico aplastante… No es ningún ángel destructor el que actúa, si acaso es un ángel justiciero y tiene la forma de bichejo minúsculo, redondo y trompetero. Y no lo envía ningún dios cabreado, sino que es creación directa nuestra…

Pero, miren, cada cual crea lo que quiera, y cada cual haga de su capa un sayo a ver si le llega pá Mayo…


MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo

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