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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

DE LA TRADICIÓN



Me gusta leer en papel, tanto un libro como un periódico, como me gustan los relojes de agujas, y al igual que me gustan los huevos fritos, y no la deconstrucción del huevo frito. Se ve que soy un clásico… Digo esto en voz alta en cierto lugar, y hay quién me salta como por resorte automático: “Tú de clásico no tienes nada…”. Bueno – respondo yo –, que no sé si es un piropo o un insulto, si no lo soy en ideas, sí que lo soy en costumbres. Me gustan las sensaciones de lo que ya conozco, y desconfío de las que no me son familiares, ni próximas, por lo tanto, tampoco prójimas…

Y me doy cuenta, conforme voy hablando, que me estoy contradiciendo como un tonto en algo que repito y combato mucho: las tradiciones. Todo un contrasentido (los humanos estamos hechos de opuestos). Pero, como lo reconozco, por eso mismo lo traigo hoy aquí, y lo expongo, y lo comparto con todos ustedes que me leen… Yo siempre, o casi siempre, me he mostrado en contra de que a las tradiciones se les considere inapelables, infalibles e inamovibles, por el simple hecho de que bien pueden estar basadas en una realidad falsa, o errónea interpretación, o quizá un invento interesado, por lo que no se les debe conceder el carácter de dogma con que se revisten…

Mi máxima, por la que siempre me he guiado en estos casos y en estas cosas, es que “el paso del tiempo crea el peso de la costumbre”. Y de ahí, precisamente, es de donde nacen las tradiciones… De lo cual se deduce que una costumbre madurada por el paso y el peso del tiempo no es garantía de nada. Tan solo es una vieja costumbre. Nada más que eso. No una tradición. Y así deberían llamarse y tratarse. Que a mí me guste leer acariciando papel, ver las horas en la posición de las gujas, o los huevos fritos con puntillas, no significan nada más que viejas costumbres adquiridas, no tradiciones de nada.

…¿Y por qué leches a las viejas costumbres no podemos llamarlas tradiciones, peazo maniático?, se me puede preguntar. Bueno, pues porque nosotros, al variarle la semántica, también le otorgamos valores diferentes, categorías distintas. Cuando no es así. Solemos revestir a una tradición de un significado dogmático, por burda, simple, o incluso a veces, vergonzosa, o salvaje, que sea… Y esa forma inhumana, que deberíamos de desterrar de nuestra cultura humana, la subimos a un altar, y la adoramos, tan solo porque es una antigua costumbre incivilizada, elevada a la categoría de tradición… Ilógico.

Casi todos nuestros peores defectos y nuestras mejores virtudes vienen de malas o buenas costumbres. Y muchas de las buenas, es porque, en el transcurso del tiempo, hemos cambiado las malas en buenas. (También ocurre al revés). Sin embargo, cuando les encasquetamos el ropón de tradición, ya no somos capaces de hacerlo, y nos imposibilitamos a nosotros mismos la facultad de poder mejorar. La convertimos en tótem y tabú, y eso nos retrotrae a nuestro pasado de tribu. Unas veces, lo que eso consigue es despertar nuestros más primarios y animalescos instintos, y en otras muchas, lo que logra es opacar nuestros conocimientos y anclarnos en la ignorancia… ¿Cuántas hay que no sabemos los auténticos y contrastados orígenes, ni siquiera nos importan?.. Aquí es dónde la convertimos en fiesta, no en conocimiento. Aquí es donde transmutamos tradición en traición…

Soy consciente, no crean ustedes, que muchísimos de los que hayan soportado la lectura hasta aquí, me van a acusar de enemigo cerval y cabal de las tradiciones. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, créanme… Si acaso, soy enemigo solo de las malas, cuando no falsas, tradiciones, de las negativas, de las que salen del pozo ciego donde defeca la humanidad, de las que nos esclavizan al atavismo, de las que nada de positivo aportan. No de las demás. Aunque sería mejor que, de ese resto, supiéramos los orígenes cabales y nos enriqueciéramos de ese acervo como personas, para que nos ayuden a evolucionar, no a involucionar, no a aceptarlas con las estrechas miras de la sola fiesta, como unas anteojeras puestas a la cultura.

He guardado para el último párrafo el ingrediente último de este fenómeno, la etapa final: cuando las tradiciones se convierten en ritos y luego en mitos. Entonces pasan a engrosar la Historia Clásica de la humanidad. Métanse en la cultura helénica, o en la romana, como las más vecinas a nosotros. El estudio de los mitos, y sus personajes (míticos, claro) es apasionante. Todos nos enseñan algo. Partes luminosas y partes oscuras dignas de ser estudiadas, por lo que aportan a la educación y a la formación humana. Tras los mitos siempre hay oculto un motivo, un origen, y el problema, como siempre, es que hay que buscarlo. Buscad y hallaréis. La cuestión es que la costumbre-tradición-rito-mito sirva más para nuestro desarrollo humano que para nuestro aplatanamiento personal.

Es posible que hoy os haya resultado jodido, incómodo, indigesto… Bueno, al menos que sirva para pensar, aunque sea poco. No es tan malo.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ - http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo

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