(de El Debate)
Hace mucho, muchísimo tiempo – más del que yo quisiera – en el que era un crío de pocos años y poca alzada, dormía en una habitación, frente a la de mis padres (nos separaba la casa/tienda), la cual después sería destinada a mi abuela María. Entonces yo tenía un sueño recurrente que me duró meses, demasiado para mi gusto. Tanto, que me aterraba ir a dormir, porque la pesadilla me volvía a asaltar cada noche… Mientras duró aquello estaba como Santa Teresa, que vivía sin vivir en mí, en una especie de terror nocturno que abarcaba el propio día. Tan fue así, que, a pesar de mis ya muy pasados setenta años, aún lo recuerdo lúcidamente.
Me encontraba en una especie de zoco oriental, en una urbe árabe, siendo yo mismo nativo de allí… Quizá Bagdad, Samarcanda (siempre me han llamado la atención tales nombres), y me perseguía una banda de sicarios que me buscaba frenéticamente. Yo huía de ellos por callejones y pasadizos, por azoteas y terrazas ajardinadas, con un miedo pegadizo y paralizante. Al final, me capturaban, y me llevaban ante un verdugo armado con hacha, el cual, tras ser forzado a postrarme ante él, me rebanaba el cuello… despertándome en ese momento presa de gran agitación y en un grito ahogado; el corazón saltándome en el pecho como una rana, y temiendo cerrar los ojos por si me dormía y se repetía la ejecución.
Estuve así un tiempo indeterminado, o, al menos, a mí me pareció excesivamente largo… hasta que, igual que vino, dejó de manifestarse, y se largó por esas sendas oníricas del jodido subconsciente. Muchos años después, en mi juventud de búsquedas curiosas y frenéticas, leí a Freüd, pero no encontré nada que me aclarase la cuestión ni el motivo de ese tremendo “afeitado en seco” que sufrí en tan tierna época de niñez de manera tan terrible y repetitiva… De haber dado con un buen hipnoterapéuta quizá me hubiera aplicado una regresión que me lanzara a una vida pasada en un país del oriente aparente y en unas circunstancias en que me cortaron el pescuezo por algún motivo que vaya a saber Alá qué…
…Y me hubiera explicado entonces mi puñetera manía que tengo de no soportar que nadie me toque la nuez – ni siquiera el barbero – y la hipersensibilidad a llevar cuellos apretados (en tiempos de gran gilipollas se me conocía en el círculo próximo por “el de corbata floja”) y todas esas extrañezas de carácter que todos arrastramos en mayor o menor medida… Y, siempre según tales psicoterapeutas, hubiera quedado curado de esos lastres y tontunas. Vamos, digo yo…
Y si hoy me ha dado por escribir sobre esta experiencia (prefiero propias a ajenas) es, precisamente, por eso mismo: porque recién he leído un par de libros de un profesional serio y formado, y experimentado en esta rama del psiquismo (Brian Weiss) que investiga a fondo los padecimientos anómalos en las personas, y repasa con toda formalidad y conocimiento de causa tales comportamientos… Y resulta extremadamente curioso que se vuelva a estudiar y experimentar lo que hace cuatro o cinco mil años se entendía por “ritos iniciáticos” en la antigua cultura egipcia.
Es un tanto asombroso que la moderna psicoterapia se centre en inducir una especie de “trance” a los sujetos, a los que conectan con la parte más subconsciente de sí mismos, bien para lograr un alivio patente, bien la curación, o bien para conseguir sabiduría y conocimientos… Entonces lo practicaba el alto sacerdocio entre ellos mismos, aprendían la técnica, y la utilizaban con muy escogidas personas, merecedoras de tal dignidad, pues como privilegio se entendía.
Sin embargo, el método es idéntico al actual, tanto en la forma como en el fondo. Buscaban lugares lo suficientemente aislados y silenciosos, ocultos y libres de toda distracción, como para lograr una perfecta interiorización personal del propio ser con el microcosmos de cada cual; con el universo interior de cada uno; con el “buscad la verdad dentro de vosotros y no en templo alguno”, como nos enseñó el propio Cristo y nos “desenseñó” la iglesia mal devenida de sus enseñanzas, que nos reorientó a los templos y sacerdocios de nuevo… Aquellos que practican, y saben practicar, la meditación, quizá entenderán de lo que estoy hablando.
En el Eclesiastés (cp.1 vs 9) se le atribuye al rey Salomón una frase que es más lapidaria que estrafalaria: “¿Qué es lo que fue?, lo mismo que será. No hay nada nuevo bajo el sol”… Si aquel monarca de acendrada sabiduría dijo que lo que entonces era volvería a ser, igual dejó dicho que lo que hoy es, igual fue ayer. De ahí lo de que no hay nada nuevo bajo el sol. En realidad somos redescubridores de lo que perdimos en alguna época de nuestra eterna existencia. Lo re-encontramos y lo celebramos como invento propio, ya que somos incapaces de ver ni más allá, ni más adentro tampoco, de nuestra propia y superficial superficialidad.
No nos damos cuenta que contenemos lo que nos contiene. Que somos continente a la vez que contenido; y que el principio de Hermes Trimegisto “lo que es arriba, igual es abajo” vale también para lo que es afuera igual es adentro…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – info@escriburgo.com
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