(de Significados)
Más de dos, y más de cuatro, me insisten que cuente la historieta que dejé colgando en uno de mis últimos artículos, “Religio Pópuli”, como una de mis anecdotas con mi miu querido y añorado amigo y sacerdote Antonio… Tampoco tiene ninguna importancia más allá de su propia inanidad. Y, aún así, a pesar de las bastantes décadas transcurridas, todavía puede herir prestadas sensibilidades, sin que en absoluto sea tal mi deseo. Si la relato, es tan solo porque ese ruego venía acompañado por una petición muchísimo más importante que el mero sucedido.
En una visita que un Nuncio decidió hacer a la Diócesis, ya se sabe, el Obispado, como es lógico, movilizó a todas sus fuerzas vivas y estáticas a una multitudinaria reunión representativa de todas las parroquias, en un inmenso salón de una institución religiosa de la capital… Mi entrañable cura, metecharcos incorregible, se empeñó en que yo formara parte de cabalgata de nuestro pueblo. Tras un soporífero programa de naderías ripaldeñas e innecesarias, donde toda delegación decía lo que se esperaba que dijera, el alto dignatario papal, empezó, con sus adláteres, a repartir estampicas del pontífice de turno entre todo asistente, al tiempo que engrasaba una píldora sobre el Espíritu Santo, que decía residía exclusivamente en la Iglesia como institución, así como en la jerarquía de la misma, acabando por el fielato…
El brazo derecho se me disparó como a un autómata… Tras la indisimulada sorpresa por su parte e incluso por la mía (no estaba previsto), le pregunté si eso no era un tanto antievangélico, ya que, a una pregunta que le hicieron a Jesús sobre el tal, él contestó que “el Espíritu sopla cuando quiere, donde quiere y en quién quiere”, hasta por el más humilde y lerdo de los mortales puede soplar su sabiduría… Tras el correspondiente batiburrillo de voces y susurros, no pocos rostros escandalizados y miradas semiasesinas, el mitrado no me contestó, pero las jordanescas aguas volvieron a su cauce.
Con el primer descanso, mi vejiga dio aviso y apretón, y salí a evacuar. Ya no pude volver a entrar a aquél santo cenáculo. Los ángeles espadarios de las puertas no me dejaron reintegrarme. Habían recibido órdenes precisas. Tuve que esperar mi buen par de horas largas hasta que terminara el sínodo en un duro y solitario banco, hasta que pude recuperar a mi buen cura y volvernos con el parroquerío…
Como en la narración anterior, me doy por asegurado que la cumplida bronca y tomadenota se la llevó mi excelente amigo por llevarme a tales saraos… “Un cuasi terrorista de la fe, válgame el cielo (así me difinió una muy alta catequista) y un cura no hacen buena pareja”. Pero la hacíamos, y nos complementábamos, y servíamos a nuestros mutuos propósitos. Él como conciliarjuanista irredento, y yo como instrumento. Y hay otra cosa que la gente no comprende, porque le cuesta trabajo entenderla: que la amistad entre dos personas está por encima de confesiones, ideologías, creencias, partidismos, adherencias, politiquerías e hipocresías de toda laya y condición. No entienden, no quieren entender, que todo ese petardeo deba estar al servicio del hombre, y no el hombre al servicio de sus propias tracas. Y ruego me disculpen los que no sepan escuchar. A esas gentes, les diría que se leyeran el libro «La No muerte de Jesús«, de mi amigo José Hernández Mondéjar, pero mi mala leche no llega a tanto como la de ellos. Enfín…
Pero ya puestos y hablando de libros, también me van a perdonar ustedes porque igual he dicho al principio que había personas me requerían otra cosa, si cabe, mucho más importante que las meras anécdotas, por curiosas que éstas puedan parecer, y no quiero que se me pase. Ellas, también otras, me preguntan algo, creo que realmente arduo: Que les diga qué Historia de Jesús; qué Vida de Cristo; que Biografía de Jesucristo, es para mí la mejor y más recomendable, sopesando todas las tendencias… Eso es realmente difícil, pues hay para todos los gustos, grados de según que (tipo de) fe, niveles de desarrollo, o de apertura mental.
Yo tengo en mis viejas estanterías varias docenas de vidas de Jesús, desde todos los puntos de vista, tendencias, ópticas y disciplinas… Pero si he de destacar a una entre todas, me inclino por Ernest Renan. No es un autor actual, escribió su obra en el siglo XIX, pero es un erudito respetable y respetuoso hasta decir basta. Un sabio de una pieza: historiador, orientalista, lingüista, filósofo, teólogo, estudioso minucioso y equilibrado de culturas… y sobretodo y por encima de todo: tan educado con todas las tendencias como independiente. Si tuviese que estractar todo este párrafo en una solo palabra, sería: fiable.
Fiabilidad absoluta porque no se deja llevar por confesionismo alguno, ni por ningún canonismo religioso, por mucho que se apoye en los Evangelios dentro de su justo valor. Un Jesús despojado de abalorios católicos, e incluso cristianos, superfluos e interpuestos. Baste decir de su honradez, aparte sus innumerables citas a pié de página en las que basa sus asertos, que emplea casi la cuarta parte de su libro en explicar con todo rigor, ecuanimidad y detalle, el qué y el porqué de su obra para que no haya equívocos y nadie se llame a engaño.
Creo que es más que suficiente, y que he cumplido por hoy… En el fondo, ambos requerimientos pertencen al mismo “corpus ideológicum”: esa fe que dicen dada por probada, pero que puede que aún no haya sido estrenada… La fe dada no es fe, pues ésta ha de ser buscada, y luego encontrada; y le estrenada luego a luego tampoco, pues antes ha de ser entrenada. La fe, si es, es pura búsqueda, es pié y camino. Cito y cierro con algo de ese mismo libro que lo corrobora:
“Jesús tampoco fue un filósofo, un teólogo que tuviese un sistema mejor o peor construido. Para ser su discípulo no era preciso firmas formulario alguno, ni pronunciar ninguna profesion de fe; solo era preciso unirse a él, aceptarlo y amarlo. Nunca disputó acerca de Dios, porque lo sentía directamente dentro de sí mismo. El escollo de las sutilezas metafísicas con el que el cristianismo tropezó a partir del siglo III no fue, en modo alguno, establecido por el supuesto fundador. Jesús no tuvo ni dogmas, ni sistema; sí tuvo una resolución personal fija, que, al sobrepasar en intensidad a toda otra voluntad creada, dirige todavía hoy los destinos de la humanidad” (pág.128)… El que quiera entender, que entienda, y el que no, pues que tampoco se moleste.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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