Desgarrador ver llorar a críos de 12 y 15 años ante la policía en las calles de Ceuta de los tirados al mar por el criminal de su rey, uno de los sátrapas más ricos del mundo y que mantiene en la miseria a su pueblo. Un elemento apoyado, por cierto, por un país como EE.UU., resulta sencillamente incomprensible… Unos lloraban desconsoladamente, porque querían volver con sus familias. Otros, no menos desconsolados, suplicaban de rodillas porque no querían volver a Marruecos… “Allí solo comemos una vez al día, y nos quedamos con hambre. Nos han dicho que en España se come tres veces, y que aún sobra y se tira”… Decía uno de ellos entre lágrimas a una reportera. Tres devueltos muertos por el mar, y uno cogido ahorcándose para no ser devuelto a su país vivo… El drama está servido, pero no atendido.
Solo la amenaza de Bruselas al tirano, de que le pueden suspender las ayudas europeas, ha frenado su salvaje intento asesino… ¿esos dos críos sacados muertos del agua y arropados por un ataud, a qué cuenta hay que cargarlos?.. Por cierto, hay que repartir 200 menores entre las comunidades, y ya el portavoz de Vox en Andalucía amenaza al gobierno del PP de retirarle su apoyo si admite a la docena de chiquillos que les han caído en suerte… ¿dónde tienen la conciencia estas personas, si es que se les puede llamar personas?.. Claro que ese mismo partido ha votado en contra de la Ley de Protección del Niño, aunque sean españoles, y, recientemente, se negó a pronunciarse contra los asesinatos machistas ni contra la violencia de género… Al menos son coherentes con su ideario. Lo que me espanta es que nosotros no seamos conscientes de nuestros votos. Pero sí que somos los responsables de sus actos por el hecho de haberlos votado.
Lo que sí existe es un contraste sangrante con nuestros propios jóvenes, de crianza y pata negra. Leo en un periódico que, en las últimas semanas, la mitad de los contagiados Cóvid tienen menos de 30 años. En primera página y con letras gordas. Pero eso no trasciende a sus entendederas. La explosión irracional de juntadas descerebradas tras el fin del estado de alarma, tiene sus consecuencias. Primero en ellos, que es lo que se refleja en las estadísticas, y luego el 50% restante, aunque los que más se siguen muriendo son sus abuelos… Pero no existe justicia compensativa en ello, pues la naturaleza suele castigar a los débiles más que a los tarados… Y ellos son los jóvenes, y los fuertes, y los irresponsables, y por eso abusan…
…Pero no es de ello de lo que quiero tratar, si no del tremendo contraste entre ambas juventudes, por si no lo habían pensado. Entre los malhadados y los regalados. Entre los que solo quieren comer y los que solo quieren divertirse; entre los que desean cualquier mal trabajo y los que solo sueñan con un botellón continuo; entre los que se juegan la vida por una existencia digna y los que escupen a la dignidad; entre los que entienden por libertad el huir de su esclavitud y los que la entienden como puro hedonismo; entre los que les falta de todo, y los que les sobra de todo…
A los adolescentes que alcanzaron a nado, o haciéndose flotadores con botellas vacías para no hundirse en el mar, según la edad, se les ha escuchado entre dos aspiraciones: los menores, que quieren comer, y a los mayores, que quieren trabajar y ganarse la vida, y vienen suplicando ambas cosas… Esos “menas” (menores no acompañados), que pululan hambrientos y necesitados por las calles de nuestras ciudades, ¿qué pensarán cuándo ven a los de aquí llenar esas mismas calles, de noche, en fiestas alienantes, ahítos de alcohol y otras dignas lindezas?.. ¿qué sentirán?.. ¿Y al revés?, ¿qué piensan y sienten nuestros privilegiados jóvenes si se comparan con ellos?.
Los que tenemos cierta edad, por la experiencia de vida y años, tras una posguerra, hemos rozado, en mayor o menor medida, ambos extremos, el de la falta y el de la plenitud, en nosotros mismos. Y puede que por esta tal-cual estemos más cerca de comprender la tragedia de unos y el hartazgo de otros. El por qué unos suplican y otros exigen… Porque muchos de nosotros suplicamos y luchamos para obtener libertad y derechos humanos que nuestra descendencia no valora. Los cree merecidos (erróneamente), y los desprecia hasta el punto ignorar lo que es la verdadera, auténtica y genuina libertad.
En los campamentos de refugiados saharauis de Tinduff, un viejo me dijo un día: “los que no valoran el trabajo, no deberían comer; los que no valoran la libertad, deberían verse privados de ella; y los que no valoran la responsabilidad, no deberían tener derecho a nada”. Son palabras duras. Palabras de pura supervivencia. Pero palabras tremendamente justas… Palabras de las que me he acordado cuando he visto tan dramático contraste entre los que merecen tener lo que no tienen, y los que no merecen tener lo que tienen…
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