En la indudablemente humanitaria acogida de ucranianos están produciéndose casos enormemente contradictorios, o que, al menos, invitan a una serena reflexión. La pasada semana, un grupo de ciudadanos (de los muchos que actúan a impulsos de una “provocada”, aún deseable, solidaridad), fletó un autocar para llevar ayuda humanitaria y regresar con refugiados a España. Al llegar – cuenta la corresponsal María Martín en El País – se puso en contacto con Ong´s de acogida, saturadas, que apenas podían ya situarlos… “Pues ya lo podéis ir arreglando”, le soltaron los bienintencionados colaboradores voluntarios… “pues que el gobierno mueva el culo”, contestaron los otros. Y eso es lo malo: que hemos desembocado en una terrible descoordinación cuyo pato lo siguen pagando los propios refugiados. Los 150 traídos por la caravana de taxis madrileños para Mensajeros de la Paz, ni siquiera constatan en registro oficial…
Nuestra prensa regional hablaba el otro día de cuatro madres y seis criaturas, aquí, en Murcia, que estaban en la calle, sentados en las aceras, y que acogió una buena mujer en su casa… Y es que la solución no está en ir a por ellos y luego arriarlos en un “buscádselo ahora como podáis”. La solidaridad, o es responsable, o no es solidaridad. Pueden ser otras muchas cosas: impulsividad, autoconsuelo, moda, autocompasión, oportunidad de darse a conocer, publicidad… los medios de comunicación ya se encargan de ello por cada iniciativa que aparece… Y sí, son loables, pero no es acogimiento si, una vez traídos, no hay dónde acogerlos. La acogida no implica un posterior abandono a su suerte. Eso es otra cosa… ¿quizá irresponsabilidad?..
Lo cierto es que se está produciendo un fenómeno, muy humano, sí, pero también un tanto curioso. Los gobiernos europeos están realizando la mayor acogida de toda su historia: son casi cinco millones de ucranianos que se refugian en los brazos abiertos de Europa. Pero contrasta, dolorosa y extrañamente además, con los otros millones de refugiados de la guerra de Siria (también promovida por Rusia, por cierto), y otros más, que se hacinan a las puertas de esta misma Europa en campamentos inhumanos dónde están muriendo de hambre y frío mujeres, niños y mayores a diario; cuando no las primeras caen en manos de redes de prostitución y los segundos en mafias del comercio de órganos; y que se limitan a desaparecer ante nuestros ojos de mirar para otro lado. Sin control alguno, y sin ninguna atención, más que la de Acnur, que se vé y se desea para apenas mal-alimentarlos… Si esto no es un brutal contrasentido, entonces ya me dirán ustedes qué puñeta es…
Yo creo que existen dos grandes razones que subyacen, aún inconscientemente, en la conciencia colectiva de los ciudadanos europeos, y no deja de ser una opinión personal, naturalmente: una es el interés estratégico y económico de los gobiernos. No es lo mismo Ucrania que Siria, por ejemplo, o que Afganistán, ni mucho menos los países del Sahel africano… los réditos políticos futuros no son comparables. A pesar de que, por supuesto, unos son tan seres humanos como pueden serlo los otros, y gozan (al menos en teoría) de los mismos derechos. Y la otra razón, aunque desde luego muy subliminal, es la fibra oculta del racismo. Por alguna razón, que no estamos dispuestos a admitir en modo alguno, claro, los pequeños rubios de claros y tristes ojos azules nos conmueven más que los profundos, pero no menos tristes, ojos negros bajo rizados cabellos sobre piel oscura… Pido perdón por decirlo, pero no puedo evitar pensarlo, aunque quizá debiera silenciarlo…
Como también me disculpo ante Vds. por este escrito de hoy, que sé que a más de muchos disgustará, al menos en nuestro silencio interno, como a mí mismo me incomoda e interpela. No resulta cómodo, lo sé… Pero no quiero que puedan pensar que estoy cuestionando la política de acogida humana sin concesiones que se está llevando a cabo con los ucranios, como tampoco la indudable buena fe de los ciudadanos europeos, incluidos, por supuesto, la de los españoles. Ni mucho menos. Lo único que constato es que nuestros gobiernos (y nuestro gobierno) a través del uso y abuso de los dirigidos medios de comunicación, nos está trasladando el sentimiento que a ellos más les conviene, con igual fruición que también nos traslada la sensación de olvido “de los otros”, que son menos “de los nuestros” que éstos: misma cultura, misma religión, misma raza…
Manuel Jabóis, el insigne columnista, habla de “la frivolidad de los corazones bienintencionados”… Y algo de razón tiene. Las buenas intenciones resultan muy manipulables, por desgracia. Y no quiero decir con esto que las obras que se hagan no sean buenas, que son buenísimas, sino que son inducidas y las más convenientes en este momento para aquellos que nos gobiernan y, en cierta forma, nos manejan. Un triste ejemplo: una enorme mayoría de rusos creen cabalmente que Putin es un patriota y tiene razón y dice verdad. Y no por eso son tan bordes como él… Hablo con los de Acnur, y me dicen que están usando Ucrania, a pesar de que están siendo acogidos gracias a Dios, porque captan mejor la atención y la ayuda que precisan, ya que la de los otros con menos suerte pero mayor necesidad, no captan tales sensibilidades.
La cuestión está en la diferencia existente entre la conciencia prestada y la conciencia desarrollada. Son absolutamente distintas. La primera, se nos inocula, según convenga en cada momento, y la segunda la desarrollamos por nosotros mismos sin influencia ajena. La primera es impulsiva, y la segunda reflexiva. La primera es inconstante, la segunda es importante, tanto por su constancia como por su consistencia… Yo siempre me acuerdo de Forges, cuando, a lo largo del tiempo en que nos han azotado continuos desastres y calamidades, cebándose en los pueblos más pobres y débiles del planeta, y que cambiaban nuestra percepción conforme se producían, siempre ponía en una esquinica de sus geniales viñetas: “…pero no te olvides de Haití…”. Pues eso.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com
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