No quiero criticar aquí ninguna gestión, tan solo deseo hacer constar algo muy curioso, que no deja de llamarme la atención. Hace unas semanas, cuando la escasez de mascarillas era notoria, los mensajes de las autoridades sanitarias de aquí y de allá eran que, en realidad, las mascarillas no se creían estrictamente necesarias. De hecho, no se dispuso ninguna normativa legal que las obligara. Hoy, que ya existen mascarillas para dar y regalar (mejor, vender), entonces sí, se convierten en absolutamente necesarias y de uso obligatorio… ¿Cuestión de economía de mercado?.. ¿de la oferta y la demanda?.. ¿de negocio puro y duro?.. No sé, usted mismo opine, que luego a mí me critican por criticar.
Ahora, cuando salgo a la calle, veo de ambos. Gente con ella y gente sin ella. Y sin querer – es un acto reflejo, como una respuesta automática – me producen una sensación de empatía los que la llevan, y anti-empatía los que no (por no decir antipatía). Es como que los tapados se preocupan por la salud ajena, y a los destapados les da igual joer que joerse, proteger que protegerse. Y, aunque eso no sea verdad del todo, es como un sentimiento inducido. Ignoro si esto le pasará a los demás o solo a mí, pero es algo que no me importa compartirlo con los que me leen, aunque corra el riesgo de pasar por raro…
Y, por el tipo de mascarilla que llevan, me permito analizar al personaje que la lleva, y eso tampoco, lo reconozco, es justo. Por ejemplo: si es de las quirúrgicas, que solo protegen al prójimo y no a sí mismo, lo veo como un gesto solidario y generoso. Si llevan la del botoncico, que solo se protegen a sí, pero descarga sobre el circundante, pues por el contrario, me parecen algo egoístas, un poco “arreglemeyo” y sálvese el que pueda. Si son las del P2 esas (tienen nombre de granada de las de mi “mili”), los veo comedidos y sensatos, neutros, pues protegen y se protegen. Si son de tela, no los veo nada, porque ignoro todo sobre la tela de los telares…
Y me acuerdo de mis tebeos de criatura, que los ladrones y bandidos, invariablemente, se tapaban el rostro con un pañuelo para soltar aquello – siempre había la vuelta de una esquina – de “¡la bolsa o la vida!”… sin saber, ¡pobre inocente!, que los ladrones de cuidado no llevan máscara. Luego vinieron casos más sofisticados que llevaban unos antifaces negros tipo Guerrero Enmascarado, pero se les conocía por llevar el resto de la jeta descubierta… Precisamente lo de las damas musulmanas, con el embozo cubierto y unos bellos ojos, lo descubrí yo con los del Guerrero del Antifaz… Por cierto, que esas mismas damas árabes que al venir aquí se liberaron, al menos del tapabocas, ahora las veo a las pobres con la mascarilla puesta… “Venir pá ná…”, pensarán algunas al estilo Mota.
…Que no sé el enrolle éste que se me ha colado hoy, a qué viene, óiganme… ¡Ah, sí!, por lo de las mascarillas, claro. Pues que quería llamarles la atención sobre eso, y se me ha liado el subconsciente en las pantuflas… Que, miren ustedes, les aconsejo las compren solo en farmacias y/o establecimientos profesionales de la salud. Ahora ya se venden hasta en las pescaderías, el negocio es vender un artículo de primera necesidad en todas partes (igual aparecerán en las gasolineras en un día de estos), por supuesto también en los chinos, que son los que las han “inventado, en fin… no digamos por Internet. Sin embargo, al mismo ritmo proliferan las estafas, el gato por liebre, productos que no reúnen las mínimas condiciones, defectuosos o, simplemente, que no sirven para nada.
El mercantilismo sin escrúpulos se abre paso en estas situaciones como la gusanera en un gato muerto. Le da igual la salud que la enfermedad, puesto que la ganancia está en la segunda. Últimamente, toda una residencia de ancianos se ha visto afectada por la venta de una partida de mascarillas defectuosas adquiridas por internet por ser más baratas, incluso avalada la compra por una plataforma de pago.
Este fenómeno pertenece a la misma “venta verde” y negocios que proliferan con la etiqueta del cambio climático y el amiguismo mediambiental, que se crean a partir de las propias desgracias causadas por nosotros mismos. Ahora, mientras esto dure, se crearán una serie de “industrias colaboradoras” con la sanidad pública, muy “preocupadas” con la inseguridad del personal, que “venderán” su “compromiso social” haciendo caja… Hay quien hace de la necesidad virtud, y quién hace de la virtud negocio.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
miguel2448.wixsite.com/escriburgo
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