(de Jon Angulo)
Existe una frase lapidaria, por ahí suelta, que nadie quiere recoger porque le quemaría las manos, y la conciencia, y el alma… Se debe a Edmund Burke, y dice así: “Lo único que se necesita para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”. Es terrible, pero es verdad. Si el bien es más débil que el mal, no es por su propia bondad – eso no deja de ser una excusa -sino porque el mal es activo y el bien es pasivo. El mal sabe lo que hace, el bien no quiere saber lo que NO hace. La propia Hanna Ahrendt lo describe muy bien en sus libros. O como el filósofo alemán Adorno define desesperanzado: “después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie”…
Lo que Adorno quiso decir a la humanidad es que resulta de bárbaros hacer poesías a la sombra de un genocidio… Y, aunque lleva razón en su amargura, yo no se la puedo dar porque cierra la puerta a toda esperanza. Y eso es casi un suicidio para el género humano… Rosa Montero, la espléndida escritora, en uno de sus magníficos artículos dominicales de EP, pone varios ejemplos de personas conocidas del gran público, que evidencian que el bien no se exige por encima de la capacidad de la propia persona, sino que persevera en lo que hace, simplemente porque sí, porque es bueno, porque es lo que se ha de hacer, sin arrugarse, sin dar un solo paso atrás, sin avergonzarse, ni siquiera por encontrarse a causa de ello más solo que la una.
Umar Khan es el único virólogo de Sierra Leona que dirigió en solitario, y sin medios ni ayudas, la aterradora epidemia de Evola que azotó su país hace diez años. Ni una sola mención, ni un mínimo reconocimiento. Murió por contagio a los 39 años… El médico Wassim Mahaz fue el último pediatra en la destrozada Alepo de la última guerra civil siria. Toda su familia y amigos se refugiaron en Turquía, pero él prefirió quedarse y ayudar en solitario a los pocos críos a los que pudo llegar. Murió a los 36 años en un bombardeo… Dondon Diops se embarcó en Senegal en un cayuco con una vieja cámara bajo el brazo, con el único fin de rodar la odisea desde su salida hasta su llegada, convertirla en película con sus ahorros, y hacerla pública en occidente para concienciar a los que no estamos concienciados, sino acomodados… Una tormenta barrió la pantasana y desapareció en el mar. Murió a los 30 años.
Hay cientos, miles, quizá decenas de miles, no lo sé, por ignotos y desconocidos, que según sus fuerzas, sus aptitudes y sus actitudes, sin mirar los resultados, se proponen actuar porque así los guían sus conciencias… Cuestión solo de coherencia personal, al fin y al cabo… Hace una pimporrera de años, un amigo cura, me dijo algo así como que “el ser humano se demuestra solo con seguir siéndolo y no pareciéndolo”. Esto es: demostrándolo aún solo con no moverse de su sitio. La Banalidad del Mal de Ahrendt no se basa en héroes, ni siquiera en víctimas. Lo que denuncia es el “buenismo” de una sociedad repleta de buenas personas que les falta convertirse en personas buenas.
De las que sean capaces de NO mirar para otro lado, no de las que son capaces incluso de justificar la maldad con el fin de no verse “señaladas”. Hay demasiadas de las segundas: nada que denunciar; nada a lo que oponerse; nada de meterse donde no le llaman; nada de colaborar; nada de ayudar; nada de opinar; nada de nada… Aquí es donde encaja a la perfección la frase del principio, de Burke.
La estela hecha estola que define esta “buenez”, reside en un manido, usado y estrujado dicho que se reduce al muy conocido “¿…y yo qué puedo hacer?”, y cuya respuesta es tan sencilla que duele: nada que no puedas hacer… Y todos podemos hacer una sola cosa: oponernos al mal. Es la filosofía de Gandhi que siguieron millones de personas; la de Martin Luther King; la de Nelson Mandela; y la de tantos otros menos conocidos… Ya sé que a estos tres la Historia les tenía reservados roles públicos y destacados, por eso mismo los mataron, pero eso es algo que no se puede, ni se debe, esperar para uno. Sería una muy fácil justificación: claro, como yo soy solo un pobre hombre… y, sin embargo, es tan fácil como me dijo mi amigo: hacer solo lo que se pueda, pero eso sí, mantenerse coherente con la apuesta: la actitud por delante de la aptitud.
Algunos y algunas me achacarán que hoy me he puesto a dar lecciones de moral. Nada de eso. Moral viene del latín “mor-mores” y significa “costumbre”. O sea, la moral es una cosa de costumbres… A tantas costumbres, tantas morales hay. Un moralista puede ser un tradicionalista, pero nada que ver con ser una buena o una mala persona. Yo más bien hablo de Ética, si ustedes me lo permiten. La ética es superior a la moral, lo que pasa es que las iglesias han “colocado” a la primera en la filosofía y la segunda la han entronizado en la religión. Pero, en realidad, la moral se acerca más a la apariencia, y la ética a la integridad.
El problema que reside en la dificultad de mantener en nuestras conciencias una actitud ética en el tiempo, está en que nos han hecho, y nos hemos hecho a nosotros mismos, esto es, nos lo hemos creído y consentido, y lo hemos aceptado de buen grado, y nos hemos convertido en seres humanos consumidores y depredadores… Por consumir, consumimos hasta nuestros propios valores, como el que consume carne, ropas, fiestas, y hasta noticias, sean falsas o no. Un estudio realizado por Schema, Axios y Google Trendts hace cinco años, establece fehacientemente que, incluso la noticia más impactante, posee una vida media de siete días en el interés humano. A la semana de ver el cadáver de un niño arrojado por las olas a una playa griega, aún tras dar la vuelta al mundo, empezó a ser historia…
…Sin ser historia en modo alguno, pues son miles de niños los que siguen muriendo ahogados todos los días en nuestro rechazo a solucionar humanitariamente el problema de la inmigración. Cientos de niños muertos de hambre, frío y enfermedades en campamentos de refugiados a las puertas de nuestras confortables fronteras, eso sí, limosneando a Unicef… Aún no nos hemos puesto de pie ante nuestros hipócritas gobiernos por eso, como ejemplo entre muchos. Sí que por los sueldos, por las pensiones, por el aborto o por la amnistía de nuestra tía… La Banalidad del Mal no se expresó solo en el III Reich, se pone de manifiesto cada día en todas las partes del mundo acomodado.
No quiero que piensen que me estoy poniendo de ejemplo ante nada ni nadie… Sería muy cómoda excusa para los que así lo crean. Yo soy el peor ejemplo de mí mismo para mí mismo. Tampoco es que quiera justificarme. Tan solo deseo concienciarme junto a todos ustedes que me leen, si es que me lo permiten, claro, y a pesar de las sonrisas de suficiencia, prepotencia y desprecio que me dediquen muchos. Ya cuento con ello… Pero pienso que podríamos empezar por el principio que un día abandonamos: dejar de ser gente para volver a ser personas, si es que eso aún fuera posible… Es que, si no, mal camino llevamos, hermanos…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com
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