(de Vozpópuli)
Me incrustré entre ceja y ceja la tercera parte de la vida de Cayo Julio César (para los amigos, solo César), contada en 900 págs. por Santiago Posteguillo en su libro Maldita Roma… Ésta es la parte de en medio – la primera ya me la zampé en su día – y la última esperaré a que el autor se sirva parir el tercer tocho sobre tal personaje. Así que me pasé un par de semanas entre campañas, líctores, páter conscripti y pecholatas varios, empapándome de la política y la vida capitalina de aquel imperio que dominó Eurasia.
En la época en que César forjó su esplendida figura militar y política, el Senado romano, órgano del que fluía todo el poder, estaba dividido entre dos fuerzas irreconciliables: los Optimati y los Populari… Los primeros eran los hacendados, los ricos, los conservadores, lo que hoy podrían ser las llamadas “derechas”; y los segundos, los dedicados a defender los derechos de la parte menos favorecida del pópulus – de ahí su nombre -, los que en la actualidad podrían considerarse las llamadas “izquierdas”. En la historinovela de Posteguillo, a César lo milita en los Populari, por si ustedes desean saberlo, batiéndose el cobre con los Pompeyo, Craso, Cicerón, Catilina, Catón… incluso Espartaco, de su época.
Lo que resulta llamativo (al menos a mí me lo parece), es el brutal, enorme y acojonante paralelismo, si me permiten los calificativos, claro, entre los métodos, circunstancias, tretas, estrategias y actuaciones de navaja trapera (entonces gladius, claro) para hacerse con el poder de una facción sobre la otra, a los empleados en la actualidad; sin desdeñar las fórmulas más reconvenibles y menos éticas: embustes, corrupción, falseamientos, compra descarada de votos y voluntades, zancadillas inhumanas, deshonestidad sin trabas; sin descartar, llegado el caso, el linchamiento en pleno Foro, o incluso el asesinato por medio de sicarios.
Una cosa eran las formas, y otra cosa eran los métodos. Las primeras se cuidaban muy mucho, y las segundas se utilizaban con todo descaro, apenas se les ponía la ocasión por delante. La doble e hipócrita moral en todas las facetas sociales y políticas de la élite romana lo inundaba todo bajo las sutiles maneras de las educadas familias, en una civilización ya apuntando a su propia decadencia.
Salvadas las distancias, actualmente no andamos muy allá en el uso de tales fórmulas en las luchas políticas por asentarse en el poder. Quizá en la potencia, no sé, pero en la esencia, y puede que en los modos, y hasta en las formas… Al igual que entonces, oligarquías que manejan las finanzas y ponen y quitan a los senadores de Roma, como los de ahora, para expandir su poder sin pararse en barras. Las diferencias son tan minúsculas de ese ayer a este hoy, que uno no puede evitar preguntarse si de verdad han pasado dos mil años de entonces acá, y si es así, que parece ser que sí, en qué los hemos empleado. Desde luego, en evolucionar y mejorar en tal aspecto (hablo de sistemas de valores) desde luego se nota bien poco, o yo tengo las gafas llenas de mugre…
La Historia suele transcurrir en espiral, y recorrer coordenadas ya sucedidas en el pasado, si bien que en distintas longitudes de tiempo y espacio… Precisamente, y no es casualidad, los cosmólogos dividen tales épocas, que son cíclicas y recurrentes, en etapas de dos mil años aproximadamente (el tiempo planetario no es el del almanaque). Si así fuese, la medida del nacimiento y muerte de Cristo, ocurridos en el ocaso de la civilización romana, estaría acertado, y no sería un capricho de la religión de turno, al menos en el caso que nos ocupa.
Lo que deberíamos preguntarnos sería, al menos, un par de cosas: la primera es qué parte de verdad hay en eso que se dice de que “la Historia se repite”; y la segunda, si nos toca repetir la decadencia y caída de nuestra cultura y civilización, como cayó la romana… En cuanto a la primera, mi opinión personal es que la Historia tiende a repetirse, a fin de ver qué se ha superado y qué no se ha aprendido. El hombre ha de pagar y repetir sus propios errores evolutivos, eso es ineludible. Y en cuanto a la segunda, me remito a las actuales señales de clara decadencia, de crisis de valores, y del advenimiento de un nuevo paradigma “que no va a dejar de nuestro templo piedra sobre piedra”… ¿conocen la cita?.
La cuestión es interpretativa y selectiva: uno, si estamos en condiciones de acertar y aceptar en nuestra interpretación; y dos, saber elegir entre lo que se vá y lo que se viene. Ocupar nuestra propia y voluntaria posición en la vorágine del cambio que nos llega. Pero no se confundan mirando el reloj ni el DNI… La edad es intemporal, no cuenta. Cuenta la mentalidad. Un “cambio de era”, que así lo llaman los que estudian y saben, nos afecta de lleno a todos: a los que creen en que vivimos los “Tiempos Líquidos” que atestigua Bäumann, y los que no. A los de dentro y a los de fuera. Así que…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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