En mis buenos (o regulares) tiempos, fui tenaz seguidor de Juan José Benítez. Aquel investigador y avalista de ovnis y extraterrestres… Y, aparte sus interesantes libros iniciales, también me leí con avidez todos sus Caballos de Troya. Este hombre dio varias vueltas al mundo tras las legendarias huellas de aquel no menos legendario Erick Von Dániken, que también dedicó la totalidad de su obra a la arqueovnilogía, y toda su vida a demostrar que las tempranas historias de todas las culturas y civilizaciones son de origen extraplanetario… En aquella época era un atrevimiento no exento de ser etiquetados todos de chalados o tarados… Hoy es casi un suicidio el seguir andando esos caminos, y encima confesarlo.
El caso es que nuestro compatriota J.J. Benítez fue mucho más allá. Vinculó la figura de Jesucristo con sus teorías, en un fascinante intento e intenso relato de los evangelios vistos desde un viaje en el tiempo (los experimentos de viajar en el tiempo – son teóricamente posibles – ni se han afirmado, ni tampoco se han negado hasta la fecha). Sin embargo ahí sigue, oculto y callado, el llamado “experimento Filadelfia”… Por supuesto, alcanzó un éxito editorial tardío ya entonces, a la vez que un fracaso de credibilidad. Naturalmente, aunque no sea nada natural. Lo que no se reconoce, a veces, va del brazo de lo que no se quiere conocer, y queda archivado en los anales del tiempo, o en los del Vaticano o de la Cía, bajo candado y etiqueta de literatura maldita. Es lo usual en estos determinados casos.
Benítez y yo tenemos la misma edad. Casualidades de la vida… Y, ahora, tras años de postración por desgracias familiares y problemas personales, veo que ha vuelto a la carga con un nuevo libro, que creo se titula algo así como “Mis primos” (me lo tendré que recoger, no le voy a ser infiel y desleal a estas alturas, casi al final ya de nuestras historias), y con una pirueta en la que creo – estoy convencido – que arriesga el resto, más poco y regular que mucho, prestigio que le queda. Está seguro que para el 2027 o así ocurrirá una catástrofe mundial que ocasionará cientos de millones de muertos: un asteroide se estrellará contra el planeta en pleno Atlántico… Tan convencido está que ha registrado la profecía ante notario. No son mucho cinco años, aunque él y yo nos arriesguemos a estar pasaportados a otra existencia antes del evento… ¡Qué más dá!..
Y el caso es que, lo cierto y verdad, las teorías de Benítez y de Van Dániken, como de otros, sobre que todos somos extraterrestres; de que incluso el ser humano es una creación de seres de otros mundos, planetas o galaxias; lo de que somos polvo de estrella (teoría – científica – de la panespermia); y de que muchos orbes están habitados por humanoides, superiores e inferiores, a este simio humano que somos, y que están conectados a nosotros de una manera u otra, no son nada nuevas, si bien, claro, que vertidas y vestidas desde el punto de vista religioso, que fue la primera ropa de la humanidad: la de los dioses, hasta llegar a la de Dios.
Pero esas mismas teorías, mitos, leyendas o quizá certezas, existen desde Enoc acá, pasando por Evangelios Gnósticos, Documentos del Mar Muerto, Apócrifos y/o ignorados por la Iglesia Católica, pasando por las espectaculares visiones espirituales del filósofo-científico-médico-inventor-físico y multidisciplinar Emmanuel Swedenborg (Siglo XVII), y algunos de los místicos que reconocemos como tales, aún dentro de la relativa, si no dudosa, santidad… Y es que la diferencia entre un santo y un visionario está en el interés de su interpretación.
No me malinterpreten, por favor… Yo no afirmo, en absoluto, que todo lo que asegura Benítez y los autores de las fuentes en sus libros, sea verdad. Pero tampoco soy de los que digan que todo es mentira. Nada niego de ninguna posibilidad. Tratamos cuestiones que dependen de ese conocido por famoso “según el cristal con que se mire”... Y los occidentales, como cualesquiera otros también, estamos un tanto (un mucho, diría yo) deformados por las religiones y sus dogmas, o sea, juzgamos los hechos según los miramos a través de la lente de una fé dogmatizada, o de la ciencia, o de la historia. Por ejemplo: no es igual lo que diga Enoc que lo que dice Benítez… la diferencia de veracidad y de calidad la impone ese dogma. Y eso tampoco es justo.
El caso es que siempre nos quedará la libertad de pensamiento, aunque nos corten la lengua… Y eso, amigos míos, es lo que marca, rotundamente, la diferencia.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com
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