De esta quedada coronavírica no sé si vamos a aprender algo que nos sirva de algo, valga la redundancia, pero lo que sí vamos a saber es de balconear. Lo positivo es que es mucho mejor que remedar el “balconing” que nos hacían en nuestros hoteles todos los tarados mentales importados del turismo barato y subnormal de borrachera.. Para eso es mejor un Cóvid-19 bien dado. Y aquí lo tenemos, mira tú… Y lo negativo es que lo hemos convertido en selfies circenses, ayudados y engrandecidos, y jaleados, por vecinos hartos a teleseries y policías ahítos a dar solo disgustos a insolidarios desaprensivos. El plas-plas-plas del prójimo próximo y del cercano canal de televisión descerebrado, lo tenemos asegurado…
Ahí se muestra toda la fauna humana, desde el que canta, toca, o el hombre-orquesta que lo hace todo, o el pino, o cuanto sabe, en plan lucimiento personal, hasta el que lo hace porque es profesional y esto le brinda una publicidad gratuíta y nos encasqueta encima una medalla de solidario del barrio, pasando por el patético especímen que se dedica a hacer el ridículo creyéndose el colmo de la más genial originalidad… Así hemos montado un patético catálogo de cumpleaños, declaraciones de amor, felicitaciones y ridículos remedos de festividades varias, a cual más histriónica y panderetera. Si algo queda de este circo para la posteridad, seremos conocidos como el “homo balconensis”, seguro.
Todo este fenómeno imitativo empezó como una demostración singular de agradecimiento de los ciudadanos a unos sanitarios dignos de ello, por estar haciendo frente a una pandemia solo con su profesionalidad y enorme dignidad, absolutamente desprotegidos por los que tenían que procurarles seguridad (buenos sueldos, pero malas mascarillas y peores tests). Nada que objetar, más bien todo lo contrario. Merecidísimo. Chapeau… Y así se hubiera tenido que seguir haciendo, humilde, digna, sencilla y seriamente, hasta el final de esta desigual batalla. Pero sin más aditamentos que degradan su sentido original. La mejor talla en una escultura es la desprovista de adornos y atavíos, que solo sirven para tapar y ocultar el arte y origen de su factura.
Pero no, claro… poco después se unieron los policías y protección civil y servicios del orden todo, que querían también verse reflejados en un espejo que devolvía su imagen añadida frente a los balcones. Luego lo hicieron los propios homenajeados los que salían a las puertas a devolver el reconocimiento a los reconocedores que también se reconocían ante y entre sí mismos. Plas-plas-plas. Añádanse voluntarios y funcionarios y empleados públicos de todo tipo y condición, plas-plas-plas, incluso políticos y políticas locales, regionales, etc. con cámaras por delante, naturalmente… más plas-plas-plas, y los que trabajan en actividades autorizadas para mantener esto y mantenerse ellos también, claro, pues es su medio de vida. Plas-plas-plas…
Y así, ad infinitum… Pero eso no sería nada si no se obtuviera el eco, archirepetitivo hasta la náusea, de unos medios de comunicación rendidos al más de lo mismo y entregados al trabajo fácil de sota, caballo y rey de cada día… Y como eso supone un “oye, que te sacan en la tele” asegurado, pues ahí tenemos multitud de gentes y asociaciones de balcones adentro con el selfie automático incorporado al medio de turno, en tareas de “quebuenosomos” y a ver qué pasa…
Yo iba a vestirme de lagarterana y salir al balcón marcándome unas muñeiras (ya sé que no pega el disfraz con la cantata, pero ahí está el originalismo, achos), pero no tengo balcón donde lucir mis habilidades artísticas… Además, el otro día vi en la mierdatele regional-nuestra de cada día, a un pavo, vestido de riguroso terno, arrodillado en plan romantículo ante su pava, ofreciéndole un anillo en estuche de marca, con toda la clá vecinal, policial, civil y militar, aplaudiendo la ocurrencia con la baba puesta, y, la verdad, se me quitaron las ganas de montar mi espectaculito…
Ayer se me apareció un homúnculo como una lenteja, con cabeza de mina marina y vocecilla de grillo anginoso: “Yo soy el motivo de todo este tinglado, y no tengo una mano que me sostenga a modo de balcón, ni merezco un mal aplauso… Todo el mundo se aplaude a sí mismo por mi causa. Si no fuera por mí, nadie captaría la atención de nadie, y así, hasta el más tonto hace relojes con aplauso de ida y vuelta… Y mira cómo me lo agradecen…”. Se lamentaba, el pobre. Llevas, mucha razón, piojo mío…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php / próximo programa, día 17 Abril: …MISIÓN CUMPLIDA
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