(de Steemet)
Del programa de radio final de temporada, que cerramos con la participación de María Jara, llegaron bastante comentarios. Lo cierto es que en una media mayor que normalmente, y la verdad que todos elogiosos… En mayor o menor medida, alaban sus escuetas respuestas y la mucha sabiduría que se encierra en las mismas. Una dama dice que “no se puede decir tanto con tan pocas palabras”; otra persona opina que le “da cierto vértigo asomarse al significado de sus mensajes”; otro suelta algo que no sé bien si es más etérico que esotérico, o al revés: “sus respuestas están entre la poesía y la ciencia”; e incluso hay quien afirma que “para poder creerla, hay que tener fe”…
Otra vez, de nuevo, sale el tema recurrente de la fe… Claro que sí: todo aquello que se hace, o se deshace, en este mundo, tiene un importante componente de la fe, por el simple hecho que se hace, o se deshace, por algún motivo y con algún propósito concreto. Al igual que existen infinitas clases de fes, casi tanto como de personas. Desde la fe ciega a la fe madura, pasando por la del carbonero, todas son fes. De hecho, el propio ser humano es un proyecto del Creador basado en la fe, puesto que Él cree más en nosotros que nosotros en Él… o, al menos, no correctamente. Mi teorema – más que teoría – personal, es más simple que el rabo de una maza: Si te demuestran que Dios existe, ¿para qué quieres tu fe?.. y si te demuestran que Dios no existe, entonces, ¿para qué quieres tu fe?..
…Porque la cuestión está en creer, no en saber. Que alguien crea en lo que sabe, no tiene mérito alguno; que se crea en alguien que sabe, o cree saber, no deja de ser una fe delegada; que alguien crea en la tradición, es una fe tan cómoda que se asemeja a una fe dormida, si no muerta; pero que alguien crea en la eterna búsqueda, sin apearse jamás de ello, y no en prácticas y ritos anclados en caducas costumbres, es una fe viva… La fe verdadera es andariega, husmeadora, preguntona, buscadora e inconformista. La fe auténtica no se pone en el mensajero, si no en el mensaje. La fe genuina no tiene por base dogmas ni catecismos, ni normas ni hormas, si no la libertad y la conciencia, el librepensamiento.
Y aquí está uno de los nudos gordianos que afectan al concepto de fe: la libertad… Si nos vamos al origen, al momento en que el hombre, como ser humano, no como varón, le fue concedido su conocido por llamado “libre albedrío”, también le fue implícita su fe, pues ese largo viaje iniciático no podría emprenderlo sin la principal de todas las fes: la fe en sí mismo, su propia y personal con-fianza… Lo que han logrado las religiones es desviarla, raptarla, hacerla prisionera de sus iglesias, maniatarla y reinventarla, para luego presentarla como adscrita a determinadas, por manipuladas, creencias. Pero la fe, o es libre para buscarse a sí misma, o no es fe.
Por eso mismo, queridos amigos, volviendo al primer párrafo de este escriturario, y por los comentarios obtenidos de todos vosotros, la clave y cuestión no es poner el objetivo de fe alguna ni ninguna en María Jara, si no en el mensaje que transmite… El hombre no hace la verdad, pero la verdad sí que hace, y sirve, al hombre, y debería poner la Verdad así, con mayúscula… ¿qué ayuda más a la persona, Jesús, o su Evangelio?.. Pues eso. Hay que abordar el significado de lo que dice el que lo dice, desde la más profiláctica distancia de quién lo dice. Sin prejuicios aprendidos ni aprehendidos, sin condenas ni adoraciones previas, y centrarnos en el sentido universal de lo que nos trae.
Todo profeta ajeno, y cuando digo “ajeno” me refiero a fuera del pensamiento dirigido y oficializado, es negado, rechazado, y atacado, cuando no silenciado y/o eliminado en el exacto sentido de la palabra. La ortodoxia envía a sus secuaces, a sus obispos Cirilos, asotanados o clerizados, a que ahoguen su voz, como hicieron con Hipatia y otros muchos. De ahí el miedo que esos sacerdocios tienen a que la gente re-ponga, o com-ponga, su fe en la libertad de pensar, de entender, de madurar, de elegir en el qué o en el cómo creer.
Repito: lo importante es el contenido de la carta, no el sobre que la encierra y envuelve. Lo que importa es lo que porta en su zurrón Strogoff, no mi tocayo Miguel… Cuando tanto se quiere eliminar al mensajero, piénsenlo, es porque mucho se teme el mensaje. Peligroso para unos y liberador para otros… Pero seamos ecuánimes: lo justo y deseable es conceder la oportunidad de expresarse y de dar a conocer a todo el mundo que quiera recibir lo que desee conocer, sin obligación alguna ni a favor ni en contra, sin presiones, sin dogmas, si nada… cero. Y que cada cual juzgue, medite, piense y opine por sí mismo. De eso se trata, de ejercer la fe en libertad de elegir nuestra fe.
Una de las frases más exactas que conozco, la escribió Nietzsche: “No existen hechos, existen interpretaciones”… Cierto y verdad. Lo malo es que también existen interpolaciones, y en esta práctica los sagrados templos son maestros del engaño, porque no interpretan, si no que interpenetran, y desde dentro, lo cambian todo, y mezclando lo cierto con lo falso construyen un relato distinto al original que sirva a sus intereses de dominio. Pero existen un par de tendencias, al menos: yo pienso por ti, tú déjate llevar; el acatar es fácil y cómodo, y el dudar es execrable y condenable; déjate que te revele, pero tú no te rebeles… Y la otra es la búsqueda por uno mismo, desde la llamada de la propia libertad, la de arriesgarse al “buscad, y encontraréis”.
Nos toca elegir a nosotros, cada cual por sí mismo, “buscad en vuestro interior…”, nos fue dicho… Pero acordaos de aquella paradoja de Aristófanes: de aquél que quiso liberar a su esclavo, y éste se le revolvió diciéndole, “¿… y quién eres tú para decirme a mí que sea libre?.”.. Y eligió la libertad de ser esclavo.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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