Foto Blog GURENA
A mi edad ya no se espera mucho. En realidad, no se espera nada. Uno está en una estación, ligero de equipaje y pendiente de “El último tren a Gün Hill”, como aquella vieja película de aquel viejo Oeste… Lo único a lo que se puede aspirar, en todo caso, es a que la espera sea lo más apacible, y que el transbordo se realice dentro de la mayor normalidad. Lo que después de aquí tenga que venir allí, ya se verá en su momento y llegado el caso. No tengo ninguna prisa, pero tampoco deseo ninguna pausa. Tan solo me mantengo en la esfera de la espera…
Observo en este último apeadero de la vida que estamos muchas clases de gente. Los hay que aún se afanan a vivir lo ya vivido, en experimentar lo ya experimentado, en volver atrás y repetirse, recrearse en un presente que ya no es el suyo: se visten, viajan y se comportan como jóvenes en patéticos cuerpos de ancianos, y repiten el autoengaño de que el cuerpo es viejo pero el espíritu jóven, sin darse cuenta que sus comportamientos están dictados más por lo físico que por la madurez espiritual… Pero habrán también de coger el mismo tren. Lo hay confundidos, que aún no saben dónde están ni cómo han llegado allí. Y van de aquí para allá, dando vueltas, buscando detalles que los ancle a una realidad que parecen desconocer y rechazar, y que deambulan un poco perdidos, y sorprendidos, entre lo que eran y lo que son, entre su ayer y su hoy… Y los hay pegados al andén, atisbando el horizonte que marca la vía y la vida, intentando adivinar el humo de la chimenea de un tren que los recoja de su estación términi.
No se preocupen… no me voy a poner aquí a dramatizar sobre esta última parada, entre otras cosas porque todo lo que parece haber es dogmático y yo abomino de los dogmas; y todas las religiones que dicen traer el consuelo están plagadas de ellos. Así que tranquilos… A estas alturas de viaje cada uno ya se ha procurado en taquilla su propio billete, y no hay más revisor en el último trayecto que nosotros mismos ante un jodido e inapelable espejo. Un espejo, por cierto, que está al otro lado de este espejo, y sobre el que cada cual sabe lo que quiere saber, lo que le han dicho sus gurús, o lo que les toca saber por el tótem de su tribu, o lo que íntimamente les interesa creer… Pero creer no es saber. Esta es la tragedia del ser humano y de sus creencias inducidas: que creemos saber pero no sabemos creer, ni siquiera en lo que decimos creer… Y todo porque no hemos buscado por nosotros mismos, fuera de los otros, pero dentro de cada cual. “Buscad y encontraréis”, nos fué dicho, pero buscad, joíos, buscad, no hagáis caso de los predicadores que medran de su prédica, y de los que está atiborrado el camino. Buscad en vuestra soledad, tontolhabas…
Anora no os voy a decir yo lo que nos espera o lo que esperamos, porque lo que yo he podido encontrar puede ser verdad para mí y mentira para vosotros… o al revés, pues todo funciona en su dirección y en la contraria. Yo solo sé algo tan elemental y básico (o sea, nada) que todo final lleva a un principio, como que cada principio lleva a su propio final; y que cuánto empieza, acaba por, y para, volver a comenzar. No es otra cosa que el simple movimiento entrópico del Universo, la pura ley de la termodinámica, el principio de la energía… La única y sutil variación, eso sí, es que cada cual se forja su propio destino, su propio e individual película de “Volver a empezar”…
Y eso es así por el sencillo hecho que todos somos iguales, pero, a su vez, todos somos distintos (a veces incluso distantes). Es una falsa igualdad dentro de que no hay nadie igual a otro. Iguales como género (humano) pero diferentes como individuos. Por eso que no podemos compartir otra cosa que caminos circunstanciales conjuntamente, pero que, al final, cada uno tiene el suyo propio. Yo ignoro el mío, y el que tiene la seguridad del suyo se engaña a sí mismo y/o intenta engañar a los demás… Somos iguales ante la ley, dicen… bueno, sí, vale, a medias, pero no somos iguales ante la vida. A cada cual su vida lo trata según ese cada cual trate a la vida, o sea: a la naturaleza, a los demás, e incluso a sí mismo. Todo en justa correspondencia, tanto a nivel personal como a nivel social; tanto como individuo como en especie…
Por eso comentaba al comienzo que en esta estación del principio del final, o del final del principio, como quieran ustedes, todos los que vamos llegando para hacer transbordo al último tren, nos vamos quedando a solas con nosotros mismos, puesto que, así como vinimos, así mismo partiremos. Ni siquiera nos vale aferrarnos enfermizamente a familiares o amistades, puesto que ellos habrán de viajar en su día en su propio vagón individual, no en el nuestro… Y si lo pensamos bien pensado, hasta en ese compartimento no habrá nada a lo que agarrarnos. Es tan solo lo que nos lleva a dejarnos en nuestro nuevo destino, si es que hemos forjado alguno. Y al cual llegaremos despojado de todos y de todo.
Les pido disculpas por éste de hoy. A lo peor solo me lo he escrito a mí mismo, o, a lo mejor, sirve para alguien más… Ni lo sé, ni me importa mucho, la verdad. Hay veces que uno escribe como el que hace graffittys en un confesionario vacío. Que espera la absolución de ese mismo vacío… que, por cierto, lo llena todo.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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