Existen dos formas de apreciar – yo diría de vivir – un paisaje: o bien éste se te mete dentro, o bien tú te sales de ti mismo y te fundes con el paisaje. Yo siempre ha sido de los primeros, aunque me hubiera gustado haber experimentado lo segundo. Para eso se necesita cierta paz en el entorno, una mínima tranquilidad y sosiego, y, sobretodo, un inexcusable silencio. El silencio es primordial para sentir un paisaje, salvo, claro, los sonidos naturales que emite, forma y conforma, el propio paisaje. El resto de los sonidos, postizos y añadidos, son discordantes, deformantes, y, por lo tanto, decepcionantes y sobrantes.
Y digo esto a cuento de que, en apenas medio siglo, nuestros paisajes nacionales se han convertido en meros contenedores, más que receptores, de masas de visitantes propios, a sumar a los ajenos, y nosotros en viajeros compulsivos, más que receptivos, en un fenómeno, muy rentable por cierto, que se ha venido en llamar turismo interior. Es muy difícil ya encontrar paisajes vírgenes donde uno perderse para poder encontrarse a sí mismo. Hoy, todo paisaje está contaminado de gente, de un ir y venir, de un ocupar y desocupar, de un estar sin sentir…
Mi experiencia personal se divide en un par de etapas. Una primera, en la que todo lugar era primigenio, y por descubrir y vivir, y en lo que encontrabas lo mágico de cada plaza, en cada calle y rincón, o en cada inmensidad de la naturaleza, o de las construcciones que han sembrado la historia a lo largo de los siglos… Y una segunda en que, los mismos lugares, te los encuentras plagados y contaminados de las hordas del selfie, de coches y autocares cubriendo extensiones y lugares, de masas ordenadas y ordeñadas en circuitos por profesionales, y donde lo genuino ha sido vendido y vencido al interés del momento… Es mi personal opinión, claro. Así que ya no siento esa necesidad perentoria que algunos bastantes padecen de viajarse encima, como si les fuera la vida en ello, si no más bien todo lo contrario, me incomoda, me disgusta, siento hasta cierta aversión a ello, y he preferido construirme un minúsculo refugio donde enterrarme, si bien, lo reconozco y lo siento, también cada vez resulta menos aislado y menos puro de lo que me gustaría. Espero abandonarlo yo antes de que me abandone él a mí…
Hace ese medio siglo, uno entraba en el interior de nuestras imponentes catedrales, por ejemplo, te abandonabas a su silencio y te revestías de su penumbra, y las piedras, las tallas, su arte e historia encerrados, sus coros y trascoros, te transmitían más sabiduría que cualquier monitor de colas actuales, previo paso por taquilla. La historia habla a través del silencio a cualquiera dispuesto a escuchar… Me revientan esos grupos amorfos de visitantes pegados al día de turno, que solo van en busca del “yostuvallí” y solo se quedan con la anécdota de que han visto la bacinilla donde meaba el rey…
Y no me digan que estoy exagerando, por favor… Así es en la inmensa mayoría de los casos. Su más preciado tesoro es un selfie en el que enseñarse a sí mismo y del que presumir… “Es que yo he conocido esto y aquello”, sí, vale, pero… ¿lo has vivido?, ¿lo has sentido?. Si hubiera más sinceridad que superficialidad en la respuesta, se diría que no. Para vivirlo y sentirlo se necesita una intimidad y cierta soledad con el entorno, con el paisaje, de la que hoy se carece mayormente. Además de que ya no es lo que se busca, si no todo lo contrario, se busca el “aquello estaba muy animado”, y es lo que se encuentra. Lo que en el fondo, valoramos y agradecemos.
Y conste que lo respeto aunque en absoluto lo comparta, ni mucho menos lo valore. Entiendo que una buena parte de la economía de este país se ha apuntalado sobre este sistema. Desde el actual ruralismo al casaruralismo y desde los tours operators de agencia agencias a los del Inserso, todo es lo mismo. Y que ya no podemos prescindir de eso, una vez que dependemos de ello. Hemos tenido que destruír algo para construir otra cosa que remede a ese algo perdido… No lo estoy criticando, lo estoy describiendo… como lo estoy echando de menos, que así conste en aquesta acta…
…Porque sí, porque me ha apetecido decir esto, componer un réquiem a los paisajes perdidos pero no olvidados, aunque ya irrecuperables, me temo. Pero no es un lamento, si no un dar las gracias por haberme permitido vivir lo que ya es difícil encontrar, lo que un día pude apreciar y amar, y porque aún sé apreciar las diferencias. Lo de hoy, ni lo aprecio, ni lo amo, ni me gusta, así que mi saldo es positivo… Y no me malinterpreten, por favor, a lo peor es que no he sabido explicarme. No es cuestión de sensibilidad, si no de sentimientos…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo
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